miércoles, 26 de mayo de 2021

La Cofradía de Los Pájaros Muertos

 La Cofradía de Los Pájaros Muertos


Octavio Jiménez, Catedrático de ésta Casa de Estudios.

Uno a uno van ocupando sus respectivos lugares en una de las jardineras de la plaza municipal de Tepeji del Río, lo han hecho desde hace más de cincuenta años según cuenta la leyenda local. Actualmente no rebasan los diez miembros, anteriormente eran más de treinta. El tiempo, las enfermedades y demás vicisitudes que traen consigo los años han ido acortando el grupo. El transeúnte cotidiano que pasa por enfrente de su punto de reunión piensa generalmente que se trata de una decena de viejos sin hacer nada, perdiendo el tiempo.

La jardinera o “su jardinera” ¾ como a muchos de los habitantes de este pueblo ubicado en el sur del estado de Hidalgo les ha dado por decirle ¾ tiene en el centro una centenaria palmera. En su copa, pletórica de palmas teñidas de verdes y amarillos, anida una comunidad compuesta por más de un centenar de pájaros. El pasto alrededor de su base, llena de dátiles naranjas y custodiada por margaritones de pétalos blancos y centros de amarillos intensos, han sido el escenario de las múltiples charlas de estos ancianos octogenarios.

Muchas han sido las veces que algún vecino les ha sugerido integrarse a las actividades que las autoridades municipales o la Casa de la Tercera Edad llevan a cabo para personas como ellas. No se inmutan ante estos comentarios y con orgullo se hacen llamar la Cofradía de los Pájaros Muertos.

Recuerdos de antaño, política local y nacional, chistes o simplemente el silencio y la contemplación son sus quehaceres favoritos que dan inicio todos los días a las once la mañana. Antes de esa hora nadie puede ocupar “su jardinera” y de esa tarea se encarga el afamado gremio de los boleros ubicados a un costado de este sagrado lugar.

¾ Mi amigo, no se puede sentar ahí. Ya van a dar las once y es “su jardinera”.

¾Sr. ese lugar pertenece a la cofradía, así que busque otro.

¾Muévanse amigos, ese espacio está reservado para los valedores de Los Pájaros Muertos.

Son las palabras que los aseadores de calzado dirigen a los atónitos visitantes o alguno que otro lugareño despistado.

Integran parte del paisaje cotidiano del pueblo. Algunos usan bastón, otros aún conservan su postura erecta. Sus cabezas las cubren con sombreros de palma y los más modernos usan gorra de beisbolista o simplemente dejan a la intemperie sus cabezas ausentes de cabello, y si lo existe, blanco en su totalidad.

Para ser miembro de esta distinguida agrupación no se necesita de ningún rito de iniciación, ya que la vida se ha encargado de llevarlos hasta el invierno de la existencia, única característica común entre ellos. Un día puede aparecer otro miembro sin necesidad de alguna invitación, simplemente llega a la hora y lugar preciso. Jubilados en su mayoría dejaron sus años de juventud en el campo, el comercio o viajaron hasta los lugares donde el monstruo de la industria manufacturera ha invadido pueblos aledaños.

Nadie sabe los orígenes de la cofradía. Algunos cuentan que se dio en los años treinta, cuando los campesinos que participaron en la Revolución se hicieron octogenarios y no teniendo en que ocuparse, empezaron a reunirse en los portales ubicados frente al Jardín Municipal, para posteriormente pasar a su jardinera. Otras versiones indican que se empezaron a juntar en ese lugar los viejos para esperar su muerte. Unos más comentan que simplemente son ancianos que no tienen familia y se juntan para hacerse un poco de compañía o huir de la cárcel que representan sus casas silenciosas y vacías.

Los únicos testimonios de la existencia de sus antiguos cofrades son las fotografías sepias o blanco y negro de mediados del siglos XX que algunos lugareños conservan en sus casas. Sobre su nombre Los Pájaros Muertos, tampoco nadie sabe quién se los puso o de donde lo tomaron, ha pasado de boca en boca y de generación en generación.

Entre ellos no hay reglas, jefes, líderes, estatutos o normas que prevalezcan. La única ley por la que se rigen es la vida.

Algunos no tienen esposa, hijos o parientes. Los más afortunados cuentan aún con nietos o hijos. Y sobre las enfermedades que les aquejan las comunes son la diabetes, problemas de presión arterial y la artritis.

La cofradía no cobra cuotas, su única aportación es la compañía que se prestan unos a otros. Las reuniones se realizan sin interrupción día a día, no importando si es festivo, navidad o año nuevo. Se les puede observar en su contemplación citadina en primavera, verano, otoño o invierno, aun cuando las temperaturas descienden en esta región hasta cuatro grados centígrados a finales de año. Para estas fechas los débiles rayos de sol que se filtran entre el follaje de la palmera son su único calor.

Su silencio es interrumpido todos los días cuando al filo de las seis de la tarde los pájaros hacen su arribo en forma estrepitosa y escandalosa a sus aposentos en lo más alto de la palmera. Saben que ha llegado la hora de regresar a la incertidumbre de la existencia. Sin necesidad de ponerse de acuerdo, antes de retirase de su jardinera, todos los cofrades observan al mismo tiempo si en el tapete multicolor compuesto de dátiles y pasto, yacen muertos algunos de los habitantes del centenario árbol. De haber al menos uno ¾ ya sea por casualidad o encerrado de algún misticismo ¾ sabrán con certeza que uno de ellos no estará en su antiguo rito al día siguiente.

 

 

*Este texto es un extracto del libro “La Cofradía de los Pájaros Muertos” del mismo autor publicado bajo el sello Ediciones Otazpan.



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